Manual para construir una tiranía con aplausos y hashtags



"Cuando la democracia es un estorbo"



Antes de empezar esta columna y a manera de prologo quisiera decirles que muy a diferencia de lo que piensa Petro, Platón no era un defensor de la democracia porque consideraba que esta se degenerada, en el Libro VIII de "La República”, Platón presenta una secuencia de formas de gobierno que se van degenerando. Platón pensaba que la democracia, al dar libertad sin límites, conduce al caos y al desgobierno. En ese ambiente, surge un "Caudillo", pero finalmente todo caudillo es un líder demagogo, que promete proteger al pueblo y termina siendo un tirano, en palabras de Platón “La democracia es encantadora al principio, pero termina cuando la libertad sin freno degenera en desorden, y de ese desorden oclocrático nace la tiranía.”, por eso se creó el equilibrio de poderes.

Polibio, historiador griego del siglo II a. C., abordó el concepto de Oclocracia en su teoría del ciclo de las formas de gobierno, conocida como Anaciclosis. Según esta teoría, las formas de gobierno evolucionan y degeneran cíclicamente en el siguiente orden:

1. Monarquía: (Gobierno de uno virtuoso) →
degenera en Tiranía.
2. Aristocracia (gobierno de los sabios o filósofos)
→ degenera en Oligarquía.
3. Oligarquía (gobierno de los ricos) → degenera en Democracia.
4. Democracia (gobierno de todos, pero con exceso de libertad) degenera en Oclocracia
5. Tiranía (gobierno de uno, surgido del caos democrático)

Polibio define la oclocracia como la degeneración de la democracia, en la que la multitud actúa guiada por pasiones, demagogia y el caos. Decía Polibio: "Cuando el pueblo, habiendo obtenido el poder soberano, se deja arrastrar por la pasión y actúa sin justicia ni ley, entonces la democracia se convierte en oclocracia."

Parece que Polibio fuera un contemporáneo nuestro y estuviera describiendo el comportamiento del gobierno Petro, desde antes de subir al poder ya venía estimulando la lucha de clases, recuerden ustedes los hechos de la primera línea, vándalos instrumentalizados y financiados por lideres de izquierda para generar el caos y patrocinar su campaña política. Ahora bien, al llegar al poder empezó a hablar del golpe blando, a victimizarse para llamar a la plebe a su respaldo para presionar a las Corte, al Congreso, a los Empresario y a todo aquel que trate de oponerse,

típico comportamiento de un tirano. Como el Congreso no le aprobó la dichosa Consulta Popular, que no era más que un mecanismo populista para estimular a las masas, entonces convoca a un paro nacional.

Como yo lo veo es el presidente Petro en medio de sus cafecitos es quien ha venido haciendo un golpe de estado a los otros poderes, (Legislativo y Judicial), que creen que va a pasar cuando le echen atrás su reforma pensional.

No todas las tiranías llegan con botas. Algunas lo hacen en alpargatas, con discursos sobre justicia social, tazas de café en la mano y una legión de seguidores listos para trinar cualquier desacuerdo como “golpe blando”. En Colombia, no estamos presenciando un asalto a la democracia, sino algo más sofisticado: una lenta, elegante y emocional entrega de las instituciones al poder de un solo hombre. Un redentor moderno que responde al nombre de Gustavo Petro.

La democracia como estorbo

En sus días de agitador, Petro criticaba todo lo que oliera a poder. Hoy, lo concentra. Y como todo buen caudillo que se respete, lo hace en nombre del pueblo. Porque si el Congreso no aprueba sus reformas, es porque está secuestrado por las élites. Si las Cortes se le oponen, están infiltradas por mafias togadas. Si los medios lo critican, son sicarios de la información.

La solución ha sido clara: deslegitimar todo lo que se interponga. La consulta popular no pasó en el Congreso — malvado Congreso — así que mejor llamemos a la calle. Al cabo, ¿quién necesita instituciones cuando se tiene una multitud dispuesta a corear “el pueblo manda”?

El nuevo Evangelio Judicial

Platón ya lo advertía: la democracia sin límites deriva en caos, y del caos surge el tirano. Pero tranquilos, aquí no hay tiranía. Solo hay una justicia que debe adaptarse a la revolución. Y si no lo hace, entonces es culpable de conspirar contra el cambio.

Los magistrados que no ceden reciben presiones en redes sociales, se les señalan públicamente y se les acusa de formar parte de una conspiración. ¿Las garantías? Bien, gracias. ¿La separación de poderes? Un invento burgués. Aquí lo importante es que la justicia sea “del pueblo”. Y “el pueblo”, recordemos, es lo que Petro diga que es.

Prensa libre… pero no tanto


En esta democracia mejorada, la libertad de prensa no desaparece. Se transforma. El periodismo independiente no
se censura: se deslegitima. Si un medio informa algo incómodo, se le etiqueta como parte del “régimen anterior”. Los periodistas críticos son enemigos de la paz, del cambio, del pueblo. O peor: uribistas encubiertos.

No hacen falta leyes mordaza cuando se tiene una legión de seguidores dispuestos a cancelar, denunciar y acosar a cualquiera que no repita el guion oficial. Mucho más efectivo, más elegante, más “moderno”.

El pueblo sabio, el pueblo útil, el pueblo a conveniencia

Petro no gobierna. Él interpreta al pueblo. Habla por él. Decide por él. Se victimiza por él. Y lo moviliza, cuando es necesario, para presionar al Congreso, a las Cortes o a los empresarios.

Eso sí, no todo el pueblo cuenta. Solo aquellos que aplauden, marchan y repiten. El resto — los que preguntan, dudan o critican — no son “verdadero pueblo”. Son enemigos del proceso. El pluralismo es innecesario cuando ya se ha encontrado la única verdad posible: la que emana del presidente.

Lecciones olvidadas, errores repetidos

Polibio y Platón lo sabían: cuando la democracia se deja arrastrar por las emociones colectivas, degenera en oclocracia —el gobierno de la muchedumbre manipulada— y de ahí, a la tiranía, hay un paso.

Pero no aprendimos. Venezuela nos mostró el camino, y decidimos seguirlo con entusiasmo tropical. Allá fue Chávez. Aquí, la versión colombiana del mismo libreto, pero con Twitter como espada y la victimización como escudo.

El Posible Futuro

Hoy, Petro desarma las instituciones con palabras dulces y justificaciones nobles. Mañana, quizás con decretos. Y pasado mañana, con una constituyente. No se necesita cerrar el Congreso, solo volverlo irrelevante. No hace falta silenciar a la prensa, solo basta con ridiculizarla. No hay que eliminar la justicia, solo llenarla de amigos.

Así se construye la tiranía del siglo XXI: no con tanques, ni con censura explícita, ni con cadenas perpetuas a los opositores. No. Aquí se gobierna con hashtags cuidadosamente diseñados por asesores de imagen, discursos progresistas llenos de eufemismos, y cafés conversados en los que se simula una escucha activa mientras ya todo está decidido. Es la dictadura con rostro humano, la revolución con protocolo, el absolutismo en

versión boutique. Se arropa de lenguaje incluyente, se perfuma con retórica de justicia social, y se propaga como tema de tendencia. Porque la represión moderna no necesita de violencia: basta con likes, linchamientos digitales y una buena narrativa.

Y mientras tanto, las instituciones se marchitan entre aplausos. El Congreso se vuelve una caja de resonancia vacía, las Cortes se reducen a decorado, y la prensa se convierte en un coro de repetidores temerosos. No hace falta disolver los poderes: basta con debilitarlos lo suficiente hasta que nadie los tome en serio. Entonces, el presidente ya no necesita mandar: le basta con sugerir. Ya no necesita imponer: el miedo, el fanatismo o la conveniencia harán el resto. Y así, sin darnos cuenta, habremos intercambiado nuestra democracia — imperfecta, sí, pero funcional — por una escenografía participativa donde todo parece libre, pero solo se puede elegir una cosa: obedecer.

Epílogo: la democracia que aplaude su verdugo

La verdadera tragedia no es que Petro esté intentando convertirse en el nuevo monarca de la República Popular de Colombia. La tragedia es que lo está logrando. Poco a poco. Con aplausos, con marchas, con “espíritus populares”. Porque el camino al autoritarismo no siempre se impone a la fuerza. A veces, se vota. Se celebra. Se tuitea y cuando queramos reaccionar, ya no quedarán instituciones. Solo un líder, su voluntad y un pueblo domesticado por la emoción.

Claro, aquí tienes un párrafo que puedes agregar como llamado a la acción final en la columna, con un tono firme y reflexivo que contrasta con la ironía anterior y refuerza el mensaje democrático:

Hoy más que nunca, la sociedad colombiana —sin distinción de ideología, estrato o región— está llamada a defender con firmeza las instituciones que nos sostienen como república. No se trata de estar a favor o en contra de un gobierno, sino de proteger los valores democráticos que permiten el disenso, el equilibrio de poderes y la libertad de expresión. La democracia no se defiende sola: requiere ciudadanos vigilantes, prensa libre, jueces independientes y congresistas con carácter. Si no levantamos la voz ahora, cuando aún podemos hacerlo, mañana solo nos quedará el eco de lo que fuimos: una nación que dejó morir su democracia entre aplausos y consignas.




Manuel E. Castillo S. Columnista ocasional y testigo resignado de la comedia nacional

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